martes, 1 de marzo de 2011

Lykke Li / Wounded Rhymes

 Lykke Li ha demostrado tener la inteligencia, pasión, talento y agallas necesarios para, en los tres años transcurridos desde que publicara su debut ‘Youth Novels‘, ir sumando un heterogéneo (desde los más feroces críticos a adolescentes seguidores de la saga cinematográfica ‘Crepúsculo’) grupo de adeptos a su pop moderno y de difícil clasificación. ‘Wounded Rhymes’ es su reválida después de un periodo de zozobra emocional que, como todo el mundo sabe, puede ser el caldo de cultivo perfecto para un gran disco.


La joven sueca, asistida por Björn Yttling (del trío Peter, Björn & John), ha buscado en su nueva obra mostrar esa cara más cruda y directa que ha venido exhibiendo en sus conciertos, en detrimento de la aparente ligereza pop de ‘Little Bit’ o ‘Dance Dance Dance’. Y aun manteniendo rasgos reconocibles en ella, ‘Get Some‘ fue un decidido y claro primer gesto de ese cambio, una canción con guitarras sofocantes y percusiones contundentes (como en gran parte del ábum), casi tribales, y que envuelven un explícitamente sexual texto, con el que Lykke quiere huir de los estereotipos femeninos del pop.
Ese mismo groove retro y potente lo encontramos también en cortes como ‘Youth Knows No Pain’, ‘Rich Kids Blues’, ‘Jerome’ o ‘I Follow Rivers‘, el ‘Little Bit’ de este álbum, en los que la contundencia se contrapone a mensajes románticos y dramáticos, en el sentido más novelesco. Y es que, pese a esa imagen dura que busca Lykke, este ‘Wounded Rhymes’ es sobre todo un disco sobre el amor y el sufrimiento desde un punto de vista paradigmático y exagerado, y es en esos momentos en los que el álbum resulta especialmente memorable y cálido.
Preciosidades exquisitamente arregladas como ‘Love Out Of Lust’, ‘Silent My Song’ y ‘Sadness Is A Blessing’ o casi desnudas como ‘Love Unrequited’ o ‘I Know Places’ tienen una clara impronta de torch song, himnos con vocación de clásicos. Con ellos consigue hacernos partícipes, aun con unos recursos dramáticos excesivos, de la soledad, el desamparo y la fragilidad de una chica que con 21 años se embarcó en una larga gira por todo el mundo, que quería ser una estrella del pop pero también seguir siendo una chica. Estas rimas heridas alcanzan de lleno al oyente y suenan terriblemente sinceras gracias a la interpretación rotunda, a veces desgarrada, de una Lykke Li que no se ha limitado a afianzarse como una solista de moda sino que está en el camino adecuado para ser algo más grande.

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